“Si una rueda es circular… la educación
también debe serlo. ¡Debemos estar a la altura de los niños en ronda, para
escuchar sus emociones y amar sus diferencias!”
Gonzalo Álvarez
Al
enseñar, los docentes negociamos permanentemente entre lo ya dispuesto y la práctica
en sí. Estas prácticas docentes son pensadas como cotidianas. Es necesario poner
sobre la mesa nuestras prácticas docentes para repensarlas, meditar y
reflexionar sobre las mismas. El cómo enseñamos, cómo nos vinculamos con
nuestros estudiantes desde lo emocional.
En
la actualidad las tecnologías de comunicación, aceleraron los procesos de estas
prácticas, donde se nos pide a los maestros y profesores la exigencia en la
presentación para ya mismo, aquí y ahora, y es ahí donde lo emocional comienza
a evidenciarse con tensión, angustia, incertidumbre, tensando las relaciones
institucionales y por efecto colateral influyendo en las aulas.
Durante
esta pandemia, evidencié un tiempo sobrecargado,
que trajo aparejado el ejercicio de la no presencialidad y la utilización de
las pantallas, que nos extenuaron tanto a los docentes como a los estudiantes.
Y la otra variante, el período dudoso de esperar a retornar a una supuesta “normalidad”.
Siendo
docentes, habitamos tiempos múltiples, tiempos desarmónicos entre el enseñar y
el aprender. Ese tiempo donde los alumnos y las generaciones se encuentran en
un aula. El tiempo de los espacios donde, nosotros los educadores enseñamos, nuestro
propio tiempo de organización.
Como
educadores tenemos que repensar, imaginar y experimentar, renovar las prácticas
para mejorarlas a diario, en beneficio de toda la comunidad educativa, en especial
de los niños y jóvenes, cuidando nuestra calidad de vida emocional. Es allí
donde surgen preguntas, organizar benéficamente nuestros tiempos, cómo
vincularnos afectivamente detrás de una pantalla con nuestros alumnos, cómo
presentar los contenidos para hacerlos más atractivos, cómo edificar saberes conjuntamente
en un contexto en el cual nos coloca, a los docentes en un lugar ermitaño, cómo
reconvertir esa aula hibrida más saludable emocionalmente y accesible para
todos.
El
mundo está cambiando, con más y más conexiones diarias en todo el mundo.
Nuestros niños y adolescentes están cambiando y a ritmos acelerados. Mientras
que el sistema y nosotros los docentes estamos a años luz de ellos y sus
necesidades.
Es
vital que la educación refleje estas demandas y cambie sus paradigmas. Las
infancias se encuentran dentro este mundo cambiante. De allí, que la educación,
nosotros mismos debemos girar en pos de sus requerimientos próximos y vitales,
que puedan replicar en sus habitad, en su cotidianidad y en sus vidas mismas.
El
sistema, nosotros los adultos y más aun los que somos educadores estamos ante
un gran desafío de cambio. Del cual no podemos escapar, o hacer la vista gorda.
Hay mucho por pensar y hacer, donde debe haber una retroalimentación
instantánea, una educación circular, una educación sostenible y sustentable, espacios
de encuentro donde compartir, discutir y combatir sea necesario ofrecer, una
educación donde pueda aplicarse directamente a la vida, a lo esencial.
Nos
está pasando, lo sentimos, lo que debe surgir, lo que vendrá, ésta invitación a
repensar nuestras prácticas docentes, cuidarnos y cuidar a nuestros niños desde
su primera etapa escolar en lo más importante: “lo emocional”.
Dar
valor para el futuro a cada contenido que se experimenta, a cada idea que se
edifica, reutilizando una y otra vez esos saberes, no eliminarlos en residuos
inútiles. Buscando un procedimiento más razonable y humano, hacer lo mejor
posible, para que los beneficios lleguen a las personas, con mayor eficiencia y
eficacia, teniendo también al ambiente presente. Pero si yo, docente, no me
fortalezco, no podré transmitir esa esencia vital, para que la rueda gire,
comience a caminar y logre avanzar, delinear la educación circular como un
nuevo paradigma educativo, donde conviva el desarrollo sostenible, resiliente,
circular y emocional. Reconocer y aprovechar el poder transformador que posee
la educación y los seres humanos. Educación donde no existen las fronteras, de
allí su circularidad.
Si
parto de lo que siento emocionalmente como educadora, desde lo personal, podría
significar a la educación como conexión, potencia, impulso, savia, existencia,
arrojo, esfuerzo, coraje, ánimo, fuerza, carácter, atrevimiento, entusiasmo.
Cualidades y sentimientos que cada uno debe traspolar a cada aula, a cada
práctica, a cada alumno, animándose a transformar, transmutar lo viejo en
nuevo. Y eso nos compete a cada uno, a mí, a vos, a nosotros, ese cambio que se
requiere aquí y ahora, sin quejas, somos los que estamos al frente en las
aulas, ante las necesidades afectivas de nuestros alumnos y es ahí donde
debemos defender ante prácticas ya obsoletas la mejor manera de llevarlas a
cabo. Educación circulante, como una planta recicladora de residuos, que se
recicle una y otra vez, aprendizajes reutilizables, equidad, asequible para
todos, menos excluyentes, se irá adquiriendo con mayor fuerza, donde posibilite
resolver problemas y acciones ante una emergencia, hacerla más participativa,
donde este caminar educativo, esta rueda, nos preocupe y
ocupe sobre temas del ambiente, de la demanda de paz y justicia, el
cooperativismo, la salud, necesidades de los niños y las personas con
discapacidad, diferencias de género, que sea posible entregar ambientes de
enseñanza seguros, no violentos, continentes y fuertes.
Educación
circular que pueda ayudar a percibir mejor, en todos los niveles educativos y
lógicamente en la base, los profesorados; en donde se dialogue, se trabaje en
equipo, cada uno del resto de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Esa
circularidad que nos permite cada tanto ser aprendices permanentes como
maestros transitorios.
Todo
se actualiza, varía, cambia, progresa, las habilidades se entrenan en continuo.
Emociones, valores, los respiro, transpiro, siento a diario, como vos, ellos
son fundantes de una comunidad.
Disfruto
sabiendo que aprender, de y con otros, no sólo nos engrandece en conocimientos
y condiciones, sino que es una de las herramientas elementales para sentirme
mejor. Más diversidad, más intercambio, más confianza y más apertura en este
círculo “rueda”, habrá un mayor aprendizaje, ánimo crítico y la energía de
absorberlo.
La
educación circular hoy debe ser un desafío común, para obtener entre todos la educación
de calidad que tanto soñamos, por eso es necesario aprender a sostenernos y
trabajar en red, capacitarnos, sanar nuestras emociones y hablar con el
corazón.
«Lo importante para mantenernos felices y saludables a
lo largo de la vida es la calidad de nuestras relaciones»
Robert Waldinger
Texto: Alejandra Torlaschi
Docente de inicial